Privar del color al hecho pictórico es despojarlo del que, sin duda, constituye históricamente uno de sus elementos fundamentales.
La austera y, a priori, limitada formulación exclusiva de luz y materia que obliga a prescindir de la infinita bondad cromática, o dicho de otro modo, a renunciar a la capacidad expresiva del color, lejos de restringir las posibilidades creativas, proporciona interesantes diálogos entre formas, densidades, texturas y contrastes. Diálogos que únicamente se ven ultimados con la decisiva intervención de la incidencia lumínica.